Calabazas


Me senté a su lado y ella me miró con esos ojos tan intensos como la madera barnizada. Unos ojos capaces de robarme una parte de mí y perderla para siempre.

Tembloroso le ofrecí las castañas. Ella me correspondió con una sonrisa.

¿Alguna vez has estado tan enamorada o enamorado como para pensar que podrías morir por ese sentimiento?

Yo me sentía así. Me sentía morir de amor.

A ella le brillaban los ojos de una manera especial. Se mordía el labio de esa manera que me hacía perder la cabeza.

A mí se me iba a salir el corazón por la boca.

La amaba.

La miré a los ojos y ella me miró a mí.

Nos sonreímos.

Le cogí la mano y ella me la acarició.

Ella abrió ligeramente la boca y yo me acerqué.

La bese y ella…

Calabazas. Calabazas por todas partes.

Después aquello ella se marchó para no volver.

El  recuerdo de aquella niña viene a mí cada año en estas fechas.

Ella lo era todo para mí.

Era.

Ahora miro a las calabazas.

Siguen riéndose.

Ahora sé que no es de mí de quién se reían. Se ríen de ver la vida pasar.

Y es que la vida es para tener una sonrisa en la cara.

Así que ahora hago como las calabazas y sonrío.

Sonrío ante los recuerdos.

¿Qué habrá sido de aquella niña de cabellos de otoño?

Sonrío.

Calabazas. Calabazas por todas partes.


Abel Gabarrón (http://abelgabarron.blogspot.com.es)