Noche de Paz, noche de Amor
Era la noche de Nochebuena. Las calles brillaban con las luces navideñas. Nadie paseaba, estaban vacías mientras las familias disfrutaban de la cena con sus seres queridos.
Mientras todos estaban felices y calentitos en sus casas yo estaba en el coche patrulla helándome el culo. Solo.
Odio la navidad.
Me llegó un aviso por radio. Unos vecinos se quejaban de unos gritos provenientes de la casa de al lado. Siempre es lo mismo en Fiestas.
La casa era grande, con una fachada beis y blanca, con un jardincito muy cuidado y en muy buen estado. Toda decorada con luces de colores y figuras de renos luminosos y sonrientes.
Llamé al timbre del portal y me di cuenta de que la puerta estaba abierta. La abrí levemente. El calor y el olor a cena navideña me dieron la bienvenida. Saludé y nadie contestó.
Entré.
Mientras caminaba hacia allí me parecía oír una vocecilla que cantaba: “Noche de paz. Noche de amor. Todo duerme en derredor…”
En el comedor de la casa la familia estaba desmembrada y esparcida junto a la cena navideña. Una masacre realizada por alguien muy perturbado.
Vomité.
Sobretodo café.
Desenfundé el arma y pedí refuerzos por radio.
“Noche de paz. Noche de amor. Ha nacido el niño Dios…”
La canción parecía venir de detrás del árbol. Escondida, abrazándose las piernas con los brazos, había una niña rubia de unos 9 años.
Ella era la que cantaba.
Le tendí mi mano y al poco me la dio. La saqué de detrás del árbol y la cogí en brazos.
Le pregunté qué había pasado y me dijo que un hombre malo, grande y vestido de rojo había bajado por la chimenea y los había matado a todos.
Un puto loco disfrazado de Santa Claus ha destrozado a esta gente. Odio la navidad.
Cuando nos largábamos oí el sonido más terrorífico que he escuchado en toda mi vida.
Una risa.
Una risa cruel y desalmada, como si tuviera la garganta llena de flemas y la profundidad del Pozo.
Era la niña la que se reía así.
Me miraba ida. Y me sonreía de manera bobalicona. Hasta que su sonrisa se ensanchó cada vez más hasta tener una longitud inhumana de dientes triangulares y afilados como los de un tiburón.
Me tiró al suelo. Grité de dolor cuando sus dedos que eran garras me perforaban los hombros.
Su aliento hedía a descomposición, muerte y corrupción. Sus ojos eran pozos negros de pura maldad. Su asquerosa risa flemática articulaba palabras extrañas.
Aquello no era una niña. Ya no. Apreté los dientes. Me obligué a mover el brazo a pesar del dolor y vacié el cargador en el pecho de la puta niña del demonio.
Calló a mi lado.
Entonces volvió a hablar como una niña. Decía que ella no quería hacerlo. Que Ellos entraron en su cuerpo y la obligaron a hacer cosas. Cosas terribles. Que había leído una historia en un fanzine y que desde ese momento esas cosas entraron dentro.
Me dijo que Ellos le habían dicho que al contar su historia ella se libraría de la maldición y esta pasaría a aquel que la escuchara o leyera. Después murió.
Me rescataron mis compañeros. Pasé un año de baja por estrés post-traumático.
Desde aquello he descuartizado a más de 30 personas. Pero ya estoy agotado. No puedo aguantarlo más. Por eso te cuento mi historia.
Esas cosas entrarán en ti. La maldición es tuya.
Abel Gabarrón (http://abelgabarron.blogspot.com.es)