Lección de frío

Es nuestra mesa.
Se alinean botellas 
de cerveza vacías.
Tu mano gorrión aparece
junto al cenicero.
Aprovechando cierta
intimidad, la penumbra
que eclipsa tu rostro, el rumor
de otras voces atmosféricas
en el bar estudiantil,
mi mano araña inicia su incursión.
Distraídamente avanza
para establecer contacto.
Entonces tu mano vuela,
te mordisqueas la uña 
del pulgar, despreocupada.
Al parecer ibas 
a decir algo  importante.
Pero ya no te acuerdas.
Regalas tu sonrisa a un camarero
que acude a tu llamada, servicial, 
a darte fuego. Tiembla la llama
y alumbra el hueco oscuro de tus manos.

Dicen que un dios 
selvático y pagano
posee a los que aman,
espíritu inmortal.
Así me dejo poseer por tus palabras
últimas, necesarias,
y asciendo con el humo
que tu boca azul exhala.
Vislumbro un beso tuyo,
saliva lenta y tabaco
en dosis letal.
Me callo a gritos,
porque nada detiene la ceniza.

Vamos a irnos pronto. 
Cuando tú digas.
Con qué juego de palabras
o con que truco de magia
te desharás de mí esta noche,
niña del pelo y las gafas.
Me dejarás a la intemperie
como a un periódico de ayer
apenas hojeado.
Me enseñarán las farolas
su lección de frío
empezando por las puntas de los pies.
Pasarán autobuses, escaparates 
fugaces sin rastros de vanidad,
tantos rostros y una misma 
máscara de cristal.
Ya no te acuerdas de aquella vez
que no querías subir todavía,
porque había algo importante
que ibas a decirme y por eso
querías quedarte un rato más.
Era la vida en plenitud presente.
Y ahora son rostros que pasan,

entre ellos los nuestros.

Carles Arnal