Despedida y gelocatil.
Vamos a irnos pronto.
Saldremos del bar,
donde nada nos retiene ya,
a la intemperie
brusca de una noche de invierno
que invitaba a caminar apretados,
protegiendo una intimidad recién nacida
como el calor frágil de una llama.
Pero el tiempo ha susurrado: "es tarde",
ha dicho palabras como "última vez",
ha respondido un "¡no!" tajante antes de preguntarle nada
y nos ha envuelto en su capa pegajosa de telarañas.
Habremos envejecido mil años por lo menos
antes de llegar a la parada de autobuses.
Tiempo suficiente para darnos lecciones de frío
empezando por los dedos de los pies
y acabando en un grito clavado detrás de los ojos
que reverbera como campanadas al cielo.
Porque nada detiene a la ceniza.
Es algo horrible verse así reflejado contra los escaparates.
El dios pagano que habita en los amantes
no ha bendecido nuestras copas de vino
y ha olvidado sus amables canciones de amor.
Embrutecidos por un exceso de alcohol
puede que, antes de separarnos,
nos arrojemos alguna palabra torcida,
de la que no sé tú,
pero yo seguro que mañana me arrepiento,
cuando rebobine ensimismado
en la efervescencia de un gelocatil.
Autobús nocturno.
No queda rastro de vanidad,
sólo alguien que mira a través del cristal.
¿Ya no te acuerdas de aquella vez
que no querías subir todavía a tu autobús?
Había algo importante
que no sabíamos cómo decirnos y por eso
apurábamos la espera allí junto a las puertas,
medio sonriendo, esperanzados quizás,
sin prisa y sin nada de sueño.
Flotaban tantas respuestas en el aire
como guirnaldas de una fiesta que empezaba.
Ahora (ahora que es tarde y sin remedio),
durante el lúgubre trayecto
de vuelta a casa he leído:
"Sala de jocs"."Escoged alas".
Carles Arnal